El monje y el ruiseñor
- Homero Escamilla
- 27 ago 2016
- 2 Min. de lectura
Una mañana soleada y fría, parado sobre el sendero de una montaña, se encontraba un monje de edad avanzada.
El hombre, ligeramente encorvado y de piel arrugada, permanecía de pie con sus ojos cerrados.
Parecía que nada le inmutaba, ni siquiera el viento que fuerte soplaba.
Llevaba ya mucho tiempo así, bajo el inmenso azul del cielo.
Contemplando la escena, un ruiseñor detuvo su vuelo y se posó en una roca aledaña.
-¿A dónde vas buen hombre? -preguntó el ruiseñor-
El monje no le contestó.
-¿Te encuentras bien? -el ruiseñor insistió-
Pero el silencio del monje fue todo lo que recibió.
Extrañado, el ruiseñor pensó para sí “Qué hombre tan raro”
-Buen hombre, te pregunto una vez más ¿Te pasa algo?
El monje seguía sin perturbarse.
“¿Habrá muerto acaso?” -pensó el ruiseñor-, “tengo que averiguarlo”
El ruiseñor, volteando hacia todos lados, abrió sus alas y voló por los aires, no tan alto como para alejarse del hombre, sólo lo suficiente para engullir la distancia entre ambos.
Se posó sobre el hombro derecho de aquél monje, seguro de que éste no le haría daño.
-¿Acaso te has quedado sordo buen hombre? -espetó el ruiseñor-
Justo como antes, el monje no respondió.
El ruiseñor intrigado, pellizcó las ropas del hombre, pero este no se movió.
Se animó entonces el ruiseñor a caminar hacia la oreja del monje. Acercó su pico al orificio del oído y se asomó para ver si veía algo, no vio nada extraordinario.
El ruiseñor pensó “Este hombre debió haber muerto en su andar por el camino. Quizá la naturaleza lo petrificó en esta posición para que otros hombres le vieran. Sabia naturaleza.”
En eso, los hermanos del ruiseñor, bastantes por cierto, se posaron sobre el cuerpo de aquél monje.
-¿Dónde has estado hermano? Estábamos preocupados por ti -dijo uno de sus hermanos-
-Estoy bien hermanos -respondió el ruiseñor-, estaba buscando alimento cuando me topé con este hombre. Al verle petrificado, me acerqué a hablarle, pero ha sido en vano, ya que no me ha contestado.
-Vámonos entonces hermano, dejad al pobre hombre cumplir su destino –dijo otro de sus hermanos
-Sí, vámonos –reafirmaron al unísono el resto de los hermanos ruiseñores-
Se marcharon todos.
Al emprender su vuelo, el ruiseñor volvió la mirada hacia donde se había quedado el monje.
Creyó ver una sonrisa en su rostro.
“Tiene que ser mi imaginación, ese hombre tiene menos vida que una piedra” -pensó el ruiseñor-
Lo que el ruiseñor ignoraba, era que por aquellos días, los monjes practicaban un mantra que decía así:
Mantente quieto.
Respira lentamente y mantente quieto.
Imagina que eres un árbol y mantente quieto.
Deja de ser tú por un momento y mantente quieto.
Si lo has hecho bien, comprenderás entonces el idioma de los ruiseñores.
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